El valor de la fiebre en inmunodepresión

Esteban tiene 10 años; su diagnóstico es de daño cerebral difuso: hipotónico desde bebé, caminó recién a los dos años. No habla y tiene bajo peso y estatura. Consulta por deficiencia inmunológica (el dosaje de las inmunoglobulinas está muy descendido), que se expresan en resfríos y anginas pultáceas a repetición con fiebre elevada. Además sufre de diarrea crónica de carácter ácido y con abundante mucus.

Al examen llama la atención la cabeza del niño, algo deformada y asimétrica, la mirada que se pierde y no entra en contacto con el interlocutor, el rostro pálido, de piel casi transparente, ojeras azuladas y falta de mímica. Camina en puntas de pie. Queda cautivado y toca objetos con los que parece “tropezar” en lugar de ir activamente hacia ellos. Se muestra inquieto e impaciente por irse; La afectividad se reduce al contacto con los padres sin que se consiga despertar el interés por otro contacto humano.

Se trata de un niño con un grave trastorno del desarrollo anímico-espiritual al que se agrega un retraso en el desarrollo físico que llega a la malformación (excrecencias pedunculadas en la cara, persistencia de la comunicación interauricular, cráneo asimétrico, etc.) y al crecimiento. Puede decirse: aquí hay deformidad de cuerpo y de alma. El Yo, a su vez, encuentra en esa corporalidad un obstáculo para su expresión, en lugar de una herramienta para sus propósitos. Falta centro, es decir, falta Yo. A él habrá que apelar en la terapéutica.

La imagen antroposófica del ser humano revela en éste una estructura triple en lo corporal y en lo anímico. En el polo superior cefálico asientan cerebro y principales órganos de los sentidos; a él se contrapone el polo inferior con los miembros y los órganos del metabolismo. Estos dos sistemas se neutralizarían -tal como sucede con electricidad positiva y negativa- si no mediara entre ellos el elemento rítmico que se ubica en el tórax y corresponde a la actividad cardiopulmonar. Este no sólo equilibra, también cura La noción básica e s que estos sistemas y órganos, no sólo cumplen una función para la vida física, sino que también dan la base corporal para el desarrollo de la vida anímica: el sistema cefálico para la vida pensante, el sistema metabólico-motor para los actos e impulsos de la voluntad, y el sistema rítmico para la vida de emociones, sensaciones, sentimientos, etc.

En este paciente el polo cabeza deja de ser organizador como corresponde a la etapa infantil y se refleja en el polo metabólico como inmadurez digestiva y automatismos. El déficit formativo alcanza hasta la estructura del corazón (CIA).

El cuerpo etérico es débil: se refleja en la asimilación deficiente de alimentos, que no alcanzan a ser vitalizados en el canal digestivo. Por lo mismo no crece en estatura ni aumenta de peso. Las fuerzas etéricas se orientan a fenómenos catarrales de las mucosas (rinitis, heces) y se estancan en la región amigdalina, dando signos de linfatismo.

La inmunodeficiencia indica la debilidad del “yo biológico” y los episodios febriles el intento infructuoso de hacer valer lo individual a través del calor generalizado. Pero son abortados con antibióticos y antipiréticos. En el polo cefálico el yo se muestra ausente, como revela la mirada vacía, la falta de concentración y expresividad facial.

El cuerpo astral predomina en los movimientos automáticos, casi reflejos, propios del accionar de la médula espinal, y en el polo metabólico a través de la aceleración del tránsito intestinal y la acidez en la materia fecal.

El plan terapéutico debía apoyar las fuerzas etéricas y de la organización del yo. Para esto se utilizaron metales; se indicó plata, que apoya el anabolismo, asociada al azufre como portador de calor. Pues al mejorar la hipotrofia física cabe esperar una mejoría en el desarrollo anímico. Sobre el sistema rítmico se indicó oro en forma de ungüento. Y en el sistema cefálico, árnica como vitalizador del sistema nervioso y apis- oro en alta potencia para compenetrar de calor y luz las porciones inferiores del cerebro y estimular desde ahí el futuro desarrollo orgánico.

EVOLUCIÓN: A los seis meses de tratamiento, las diarreas cesaron y aumentó de peso. Aquí los padres pudieron confiar en que había que respetar la fiebre. La experiencia de cinco días de hipertermia de 38, 5 a 39 grados con una madre convencida y no atemorizada fue decisiva. Esteban pudo sobreponerse a la fiebre con el apoyo humano del entorno (confianza), sin antipiréticos y con medicamentos que hacen “innecesaria” la fiebre.

Este fue un punto de inflexión a partir del cual se lo vio más concentrado y tranquilo, “como más independiente y buscando compañía para jugar”.

Los niveles de inmunoglobulinas aumentaron considerablemente, así como la circulación en su porción periférica.

Actualmente Esteban tiene 13 años y los episodios febriles son esporádicos. Inició la escuela con interés. La experiencia y el tiempo transcurrido muestran que el desarrollo orgánico e inmunológico ha repercutido en el desarrollo anímico-espiritual a través de la encarnación que la fiebre adecuadamente conducida produjo.

Dra. Marta E. Miguel